Campos verdes de espigas,
de montañas plateadas;
de montes cubiertos de encinas,
y de largas cañadas.
Pastores en las veredas,
cantos en sus campanas;
gritos de niños que juegan,
olor a pan en sus mañanas.
Embrujo de huellas árabes,
de sueños que no se acaban;
olor a jazmín en sus calles,
bondad y humildad en sus casas.
Sombras que en la noche surgen,
al grito de su garganta;
encantado su sueño acude,
a cobijarnos en sus entrañas.
A lo lejos quieta se divisa,
la erriza verde y plateada;
como si fuera una sonrisa,
que en su corazón cantara.
Sus matices son caseros,
de un color blanco que abrasa;
como un clamor quijotesco,
se ha adentrado en mi alma.
Pero quisiera cantarte,
con voz fuerte y rasgada;
aunque te quedaras, día sin tarde,
sin noche y sin madrugada.
¡Ay, pueblo pequeño y puro,
la mayor de las esperanzas;
aunque tus problemas sean duros,
siempre te llevo en el alma.
de montañas plateadas;
de montes cubiertos de encinas,
y de largas cañadas.
Pastores en las veredas,
cantos en sus campanas;
gritos de niños que juegan,
olor a pan en sus mañanas.
Embrujo de huellas árabes,
de sueños que no se acaban;
olor a jazmín en sus calles,
bondad y humildad en sus casas.
Sombras que en la noche surgen,
al grito de su garganta;
encantado su sueño acude,
a cobijarnos en sus entrañas.
A lo lejos quieta se divisa,
la erriza verde y plateada;
como si fuera una sonrisa,
que en su corazón cantara.
Sus matices son caseros,
de un color blanco que abrasa;
como un clamor quijotesco,
se ha adentrado en mi alma.
Pero quisiera cantarte,
con voz fuerte y rasgada;
aunque te quedaras, día sin tarde,
sin noche y sin madrugada.
¡Ay, pueblo pequeño y puro,
la mayor de las esperanzas;
aunque tus problemas sean duros,
siempre te llevo en el alma.
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